Comentario
Con el renacimiento saíta acaba el llamado Tercer Periodo Intermedio y comienza la Baja Época. Ya se ha hecho alusión a los orígenes de la hegemonía saíta como consecuencia de los favores otorgados por Assurbanipal a los príncipes de origen libio, Necao y su hijo Psamético I. Este había sido reconocido como rey único por los asirios, pero en realidad su poder era contestado por numerosos dinastas locales diseminados por todo Egipto. Es posible que el incremento de poder de Psamético fuera visto con ciertas reservas por Nínive, pero los asirios estaban ya enzarzados en otros frentes, por donde les habría de llegar su propio final. La favorable coyuntura internacional, pues, fue aprovechada por Psamético, que llegó hasta Tebas, donde la esposa divina aún defendía los intereses etíopes. Psamético obligó a la adopción de su propia hija Nitocris, como heredera del cargo de esposa divina de Amón (recordado en la Estela de la Adopción) y reagrupar así en torno a su persona los principales poderes fácticos del estado. La progresión militar de Psamético seguramente fue posible por la contratación de mercenarios griegos, que se convierten a partir de entonces en la tropa de elite del ejército egipcio. Sin embargo, el alcance mayor de la presencia griega vendrá por la actividad comercial que se incrementa hasta unos límites insospechados con el Egeo. En virtud de tales relaciones de intercambio vemos cómo desaparece la economía del don-contradón para dejar paso a la actividad comercial no aristocrática, con fines de lucro: es el tránsito de prexis a emporie definido en los poemas homéricos.
La reforma militar inherente a la presencia de un ejército mercenario -a cuyos miembros se adjudican tierras- no es más que una de las empresas de Psamético; su éxito le permitirá afrontar otras, como el sistema tributario y aduanero, base del nuevo orden económico de un estado burocratizado para el que es necesario reorganizar un funcionariado real, opuesto a las centrífugas aristocracias locales. Sin duda, la reconstrucción del estado se basó en una mejora de la producción, sobre la que no tenemos información. Sin embargo, el incremento de la riqueza atrajo a un considerable volumen de extranjeros procedentes de territorios agostados por la inestabilidad bélica endémica en el Próximo Oriente. Muchos se ofrecieron como mano de obra productiva, pero en su mayor parte fueron contratados como mercenarios y se fueron distribuyendo por el valle. A esos acuartelamientos corresponde la erección de un santuario a Yahveh en la isla de Elefantina, último bastión egipcio hacia el sur. Ahora bien, la aceleración de los acontecimientos impedía trabar correctamente la obra y las tensiones se reflejan especialmente en las insurrecciones militares, quizá motivadas por la falta de medios para satisfacer tantas soldadas. El propio Heródoto, en el libro II de sus "Historias", recoge la noticia de defecciones y abandonos en beneficio del rey de Kush. Y a pesar de ello, Psamético pudo intervenir en los asuntos asiáticos combatiendo en favor de los asirios en la región de Palestina. No resulta extraño que Psamético contribuya a la seguridad asiria, en primer lugar porque a los asirios debía su privilegiada situación, pero también porque el poder asirio estaba terriblemente debilitado como consecuencia de la presión que sobre él ejercen los medos y los babilonios. De esta manera, la situación internacional obliga a cambiar la tradicional alianza egipcia antiasiria. Pero el propio equilibrio internacional, en el que se basaba la seguridad egipcia, requería el concurso de las tropas de Psamético junto a las de los intrigantes herederos de Assurbanipal. Aún tuvo la oportunidad Psamético de conocer la caída de Nínive en poder de los medos en el año 612. Dos años después moría, tras cincuenta y cuatro de reinado, el faraón que había logrado restaurar el poder central en Egipto.
Necao II inaugura su mandato, que se prolonga durante quince años, en 610. La solidez interna permite al nuevo faraón acudir al frente mesopotámico, adonde hacía más de trescientos años que no llegaba un contingente egipcio. Assurubalit, el último monarca asirio, perdió su reino a pesar del apoyo egipcio. Entretanto, los judíos de Josías habían intentado cortar el paso a Necao, pero el triunfo de éste le permite intervenir en los asuntos internos hasta imponer como monarca a Joaquim. También logró imponer su autoridad en las ciudades fenicias, pero el heredero babilonio Nabucodonosor puso fin a las expectativas de Necao. Siendo ya monarca el caldeo llegó hasta las puertas de Egipto, pero hubo de retirarse tras un violento enfrentamiento de incierto resultado; de este modo se conculcaban los fundamentos de la presencia egipcia en Siria y Palestina. La atención a los asuntos de la política exterior no supuso para Necao el abandono de la administración del estado. Siguió, en general, las pautas establecidas por Psamético, con la consolidación de las relaciones con los griegos. Desde el punto de vista cultural hay dos noticias transmitidas por Heródoto de singular interés: por una parte, el primer ensayo de construcción de un canal que uniera el Mediterráneo con el mar Rojo y, por otra, la subvención de una expedición fenicia que circunnavegó África, por vez primera, al menos históricamente registrada.
En 595 Psamético II sucedió a su padre. La hegemonía de Babilonia era indiscutible en Asia, por lo que el nuevo faraón hubo de conformase con realizar una excursión sin fines bélicos cuando quiso visitar la costa levantina. Tal vez la imposibilidad de rentabilizar su costoso ejército en Asia lo condujera por los caminos de Nubia. Esta razón, desde luego, resulta más satisfactoria que la pretensión de culpabilizar a los kushitas, que desde hacía setenta años mostraban un desinterés total por Egipto. Los expedicionarios llegaron casi hasta Napata, lo que obligó, presumiblemente, al traslado de la capital hasta Meroe. Los mercenarios griegos dejaron constancia epigráfica de su campaña en las piernas de Ramsés en Abu Simbel. El triunfo militar desató en Egipto una corriente de animadversión al período etíope que se tradujo en la damnatio memoriae de los faraones de la vigésimo quinta dinastía. Pero la victoria no logró restablecer la hegemonía política que en otros tiempos había servido para canalizar hacia Egipto la explotación económica de Nubia.
Seguramente el fracaso económico de la campaña nubia hizo recapitular al heredero de Psamético II, su hijo Apries, la conveniencia de reabrir el frente asiático. Y así envió su flota contra las ciudades fenicias dependientes de Nabucodonosor, mientras él mismo se dirigía por tierra a Palestina para alzar los estados vasallos contra el poder babilonio. Fue entonces cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén y desde allí se dirigió a Tiro que se vio obligado a capitular trece años más tarde, en 573. El triunfo de las armas caldeas puso fin a las aspiraciones de Apries que, además, se vio obligado a sofocar un levantamiento de soldados en Elefantina, quizá vinculado a la diáspora masiva de judíos ocasionada por la toma de Jerusalén. Sin embargo, lo más sorprendente del reinado tiene lugar en otro escenario y concluirá con la muerte del propio faraón. Los griegos de Tera habían establecido una colonia de poblamiento en Cirene hacia 630 y la prosperidad de la ciudad empezaba a incomodar a los libios que, en 570, solicitan la ayuda de Apries. Este no duda en enviar a sus tropas indígenas que son vencidas por los hoplitas de Cirene. El regreso de los escasos supervivientes despierta un movimiento helenófobo que Apries intenta sofocar enviando contra las tropas egipcias al general Amasis; pero los amotinados proclaman faraón al general dando lugar así a una nueva guerra civil, tras un siglo de paz interior. Amasis logra derrotar con tropas locales a Apries y sus mercenarios griegos. El país extenuado asume al nuevo faraón que, impotente, contempla cómo el ejército de Nabucodonosor realiza una campaña de prepotencia militar por Egipto. Corría el año 568.
La diplomacia se abrió entonces camino frente a las armas. Amasis se reconcilió con los de Cirene aceptando como esposa a una griega de la colonia; aquel gesto le valió enormemente en el proceso de regeneración de la concordia y de la cohesión social en el interior, donde -para disminuir los conflictos interétnicos- eliminó los asentamientos militares griegos y estableció en Náucratis un espacio para que operaran todos los comerciantes griegos, independientemente de su origen (Hd. II, 178). Así, el filoheleno Amasis les aseguraba su protección, al tiempo que lograba un control fiscal más efectivo. Sin duda, las buenas cosechas favorecieron el relativo bienestar alcanzado por Egipto, una de cuyas formas de expresión fue la tranquilidad política. Nada parecía indicar que el final de la dinastía se encontrara tan próximo. Cuando en 526 muere Amasis la situación internacional ha variado considerablemente, pues la deposición de Astiages por Ciro en 550 había sido la primera demostración de que el joven persa no estaba dispuesto a admitir el status quo que lo relegaba a una posición mediocre; paulatinamente habían ido sucumbiendo todos los territorios que habían conformado el imperio babilonio. En el ano 529 había muerto Ciro y cuatro años después su sucesor Cambises derrotaba en las puertas del Delta a Psamético III, el último representante de la dinastía XXVI.